La sala de piedra se sitúa en la primera planta del edificio. Se trata de un espacio dedicado al relax que os permitirá descansar antes de un aperitivo o de una típica cena toscana. La sala está amueblada con cómodos y coloridos sofás, un piano, libros, guías turísticas de la zona y juegos de mesa. La estructura de piedra y ladrillo junto al techo abovedado son muestra de la solidez de la construcción medieval. Un lugar especialmente acogedor e íntimo que crea un ambiente ideal para encontrar un poco de tranquilidad antes de degustar un sabroso menú  en los restaurantes típicos de la zona.
Esta sala está también disponible para cócteles, eventos, exposiciones, muestras de arte y fotografía y sesiones de música.

 

Los caballeros y las damas

Nadie recordaba qué misterioso hechizo ni qué oscura maldición había convertido en piedra a los caballeros y a las damas, quienes desde hace cien o quizás más años permanecían allí inmóviles. Esculturas que surgieron cuando la sangre se heló y cuando la pálida piel se endureció. Un corazón que permanecía a la espera de otro latido que no se decidía a llegar.

Quizás una bruja por pura maldad los había hechizado sin ninguna razón, o quizás la erupción de un antiguo volcán, hoy casi desaparecido, padre de todas las aguas termales de alrededor, los había atrapado en aquellas formas etéreas y eternas. Hay quien cuenta que una tarde de junio mientras en la sala del castillo los nobles señores discutían sobre temas insustanciales: de esto y de aquello, de los tiempos que corren, de la manera de cocinar el gamo, de los beneficios de las vecinas aguas termales, sin prestar verdaderamente atención a nada ni a ninguno, de repente, entró una muchacha hermosa y de negros cabellos.

Sus manos, blancas como las palomas, se posaron sobre las teclas del piano, tan blancas como sus manos y tan negras como su cabello. Comenzó  a tocar una melodía muy dulce, tan dulce que incluso los campesinos dejaron de segar el grano. Las cigarras, los ruiseñores y los carbonerospor debido respeto interrumpieron sus conciertos. Todo se había detenido en los campos en torno al castillo. Incluso el borboteo hirviente de las termas chisporroteaba en voz baja para no molestar a aquel dulce mar  de sonidos. Mas los señores del castillo no se habían percatado de nada y seguían parloteando de esto y de aquello, de todo y de nada, mientras los dos, los res, los mis bemoles y los fas sostenidos invadían las paredes de piedra de la sala poco a poco.

Incluso las estrellas de la noche habían anticipado  su llegada para escuchar la música de la hermosa muchacha de los cabellos oscuros. Los caballeros y las damas empezaron a transformarse poco a poco en piedra, inmóviles e impasibles, como quizás ya eran cuando en sus cuerpos aún corría la sangre.

Al día de hoy, al entrar en esta sala durante cualquier calurosa tarde  de junio, cuando las paredes te regalan una agradable frescura, o en cualquier noche de invierno cuando la tramontana provoca que las ventanas lloren y griten, aún podrás probar a tocar las teclas blancas y negras del piano. Y puede suceder, que tras cien o más años, la melodía tejida por tus manos quebrará la indiferencia de aquellos caballeros y aquellas damas. Quizás comiencen al fin a escuchar la delicada transición de un acorde de sol7 a un do mayor, como un arroyo concluye naturalmente su recorrido precipitándose a los brazos del río. Y, entonces, puede suceder que se rompa el hechizo y las estatuas de piedra escondidas entre los recovecos de los muros vuelvan a respirar. Por ello, recuerda sentarte en el piano cuando entres a la sala de piedra y comenzar a tocar„